Texto completo. El Pontífice explica que la vocación del cristiano es ser una lámpara encendida para los demás
Como cada domingo, el papa Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la plaza de san Pedro.
Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice argentino les dijo:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de este domingo, que viene inmediatamente después de las Bienaventuranzas, Jesús dice a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5, 13-14). Esto nos sorprende un poco, si pensamos en los que tenía delante Jesús cuando decía estas palabras. ¿Quiénes eran aquellos discípulos? Eran pescadores, gente sencilla… Pero Jesús los mira con los ojos de Dios, y su afirmación se entiende precisamente como consecuencia de las Bienaventuranzas. Él quiere decir: si seréis pobres de espíritu, si seréis mansos, si seréis puros de corazón, si se seréis misericordiosos… ¡Vosotros seréis la sal de la tierra y la luz del mundo!
Para comprender mejor estas imágenes, tengamos en cuenta que la ley judía prescribía poner un poco de sal sobre cada oferta presentada a Dios, como un signo de alianza. La luz, entonces, para Israel era el símbolo de la revelación mesiánica que triunfa sobre las tinieblas del paganismo. Los cristianos, el nuevo Israel, reciben, entonces, una misión para con todos los hombres: con la fe y la caridad pueden orientar, consagrar, hacer fecunda la humanidad. Todos los bautizados somos discípulos misioneros y estamos llamados a convertirnos en un Evangelio vivo en el mundo: con una vida santa daremos «sabor» a los diferentes ambientes y los defenderemos de la corrupción, como hace la sal; y llevaremos la luz de Cristo a través del testimonio de una caridad genuina. Pero si los cristianos perdemos sabor y apagamos nuestra presencia de sal y de luz, perdemos la efectividad.
¡Pero que hermosa es esta misión de dar luz al mundo! Pero es una misión que nosotros tenemos. Es hermosa… También es hermoso conservar la luz que hemos recibido de Jesús. Custodiarla, conservarla. El cristiano tendría que ser una persona luminosa, que lleva luz, siempre da luz, una luz que no es suya, sino que es un regalo de Dios, un regalo de Jesús. Y nosotros llevamos esta luz adelante. Si el cristiano apaga esta luz, su vida no tiene sentido. Es un cristiano solo de nombre, que no lleva la luz. Una vida sin sentido. Pero yo quisiera preguntaros ahora: ¿Cómo queréis vivir vosotros? ¿Como una lámpara encendida o como una lámpara apagada? ¿Encendida o apagada? ¿Cómo queréis vivir? Pero no se escucha bien aquí. ¡Lámpara encendida!, ¿eh? Y es precisamente Dios el que nos da esta luz y nosotros se la damos a los demás. ¡Lámpara encendida! Esta es la vocación cristiana.
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del ángelus. Y al concluir la plegaria, el Papa prosiguió recordando que el próximo martes la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Enfermo:
Pasado mañana, 11 de febrero, celebraremos la memoria de la Bienaventurada Virgen de Lourdes, y viviremos la Jornada Mundial del Enfermo. Es la ocasión propicia para poner en el centro de la comunidad a las personas enfermas, orar por ellas y con ellas, estar junto a ellas. El mensaje para este jornada está inspirado en una expresión de san Juan: fe y caridad. También nosotros «debemos dar nuestras vidas por los hermanos» (1 Jn 3, 16).
En particular, podemos imitar la actitud de Jesús hacia los enfermos, enfermos de todo tipo. El Señor cuida de todos, comparte su sufrimiento y abre el corazón a la esperanza.
Pienso también en todos los operadores sanitarios: ¡Qué trabajo precioso hacen! ¡Muchas gracias por vuestro trabajo precioso! Ellos encuentran cada día en los enfermos no sólo unos cuerpos marcados por la fragilidad, sino también unas personas a las que ofrecer atención y respuestas adecuadas.
La dignidad de la persona no se reduce jamás a sus facultades o capacidades, y no es menor cuando la persona es débil, invalida y necesitada de ayuda. También pienso en las familias, donde es normal que cuiden de aquellos que están enfermos. Pero a veces las situaciones pueden ser más pesadas. Muchos me escriben y hoy me gustaría asegurar una oración para todas estas familias, y les digo: ¡No tengáis miedo de la fragilidad! ¡No tengáis miedo de la fragilidad! Ayudaros los unos a los otros con amor y sentiréis la presencia consoladora de Dios.
El comportamiento generoso y cristiano hacia los enfermos es la sal de la tierra y la luz del mundo. Que la Virgen María nos ayude a practicarlo, y obtenga paz y consuelo por todos los que sufren.
El Pontífice también quiso dedicar unas palabras a los Juegos Olímpicos de Invierno:
En estos días tienen lugar en Sochi, Rusia, los Juegos Olímpicos de Invierno. Quisiera hacer llegar mi saludo a los organizadores y a todos los atletas, con la esperanza de que sea una verdadera fiesta del deporte y la amistad.
A continuación, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza Francisco:
Saludo a todos los peregrinos presentes hoy, las familias… ¡Todos los peregrinos! ¡Todos! Las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones. En particular, saludo a los maestros y estudiantes venidos de Inglaterra; al grupo de teólogas cristianas de diferentes países europeos, que se encuentran en Roma para un Congreso de estudio; a los fieles de las parroquias de Santa María Inmaculada y San Vicente de Paul, en Roma; a los que han venido de Cavallina y Montecarelli, en Mugello; de Lavello y de Alfi; a la Comunidad ‘Sollievo’ y a la Escuela de San Luca-Bovalino, en Calabria.
El Santo Padre dedicó un especial recuerdo a las víctimas de los desastres naturales:
Rezo por todos aquellos que están sufriendo los daños y molestias causados por los desastres naturales, en diferentes países. También aquí, en Roma. Estoy con ellos. La naturaleza nos desafía a ser solidarios y estar atentos a la custodia de la creación, también para prevenir, en la medida de lo posible, las consecuencias más graves.
Y antes de despedirme, pienso en aquella pregunta que he hecho: ¿Lámpara encendida o lámpara apagada? ¿Qué queréis? ¿Encendida o apagada? El cristiano lleva la luz. Es una lámpara encendida. ¡Siempre adelante con la luz de Jesús!
Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo:
«A tutti auguro una buona domenica e buon pranzo. Arrivederci!» (Deseo a todos un buen domingo y una buena comida. ¡Hasta pronto!)