«¡Preparad el camino del Señor; abrid sendas rectas para él!» (Lc 3, 4).
En este tiempo de Adviento, tenemos una nueva «palabra» que estamos invitados a vivir. El evangelista Lucas la toma de Isaías, el profeta de la consolación. Los primeros cristianos aplican esta palabra a Juan el Bautista, que precedió a Jesús.
En este tiempo que antecede a la Navidad, al presentar precisamente al Precursor, la Iglesia nos invita a la alegría, porque el Bautista es como un mensajero que anuncia al Rey que está a punto de llegar. Se acerca el tiempo en que Dios cumple sus promesas, perdona los pecados y da la salvación.
«¡Preparad el camino del Señor; abrid sendas rectas para él!»
Si bien ésta es una palabra de alegría, también es una invitación a orientar de nuevo nuestra existencia, a cambiar radicalmente de vida.
El Bautista invita a preparar el camino del Señor, pero ¿cuál es ese camino?
Antes de salir a vida pública para iniciar su predicación, Jesús, anunciado por el Bautista, pasó por el desierto. Ése fue su camino. En el desierto, donde encontró una profunda intimidad con su Padre, también sufrió tentaciones, y de ese modo se hizo solidario con todos los hombres. Pero salió vencedor de ellas. Es el mismo camino que vemos luego en su muerte y resurrección. Jesús, que recorrió su camino hasta el final, se hace Él mismo «camino» para nosotros, que estamos en camino.
Él mismo es el camino que debemos emprender para poder realizar hasta el fondo nuestra vocación humana, que es entrar en la plena comunión con Dios.
Cada uno de nosotros está llamado a preparar el camino a Jesús, que quiere entrar en nuestra vida. Para ello es necesario enderezar las sendas de nuestra existencia de manera que Él pueda venir a nosotros.
Es necesario prepararle el camino, eliminando los obstáculos uno a uno: los que pone nuestro modo limitado de ver las cosas, nuestra débil voluntad.
Hay que tener el valor de elegir entre un camino nuestro y su camino para nosotros, entre nuestra voluntad y su voluntad, entre un plan que nosotros queremos y el que su amor omnipotente ha pensado.
Y una vez tomada esta decisión, trabajemos para adecuar nuestra voluntad recalcitrante a la suya.
¿Cómo? Los cristianos realizados nos enseñan un método bueno, práctico e inteligente: ya, ahora.
En cada momento, quitemos una piedra tras otra para que en nosotros ya no viva nuestra voluntad, sino la suya.
Así habremos vivido la Palabra:
El Bautista invita a preparar el camino del Señor, pero ¿cuál es ese camino?
Antes de salir a vida pública para iniciar su predicación, Jesús, anunciado por el Bautista, pasó por el desierto. Ése fue su camino. En el desierto, donde encontró una profunda intimidad con su Padre, también sufrió tentaciones, y de ese modo se hizo solidario con todos los hombres. Pero salió vencedor de ellas. Es el mismo camino que vemos luego en su muerte y resurrección. Jesús, que recorrió su camino hasta el final, se hace Él mismo «camino» para nosotros, que estamos en camino.
Él mismo es el camino que debemos emprender para poder realizar hasta el fondo nuestra vocación humana, que es entrar en la plena comunión con Dios.
Cada uno de nosotros está llamado a preparar el camino a Jesús, que quiere entrar en nuestra vida. Para ello es necesario enderezar las sendas de nuestra existencia de manera que Él pueda venir a nosotros.
Es necesario prepararle el camino, eliminando los obstáculos uno a uno: los que pone nuestro modo limitado de ver las cosas, nuestra débil voluntad.
Hay que tener el valor de elegir entre un camino nuestro y su camino para nosotros, entre nuestra voluntad y su voluntad, entre un plan que nosotros queremos y el que su amor omnipotente ha pensado.
Y una vez tomada esta decisión, trabajemos para adecuar nuestra voluntad recalcitrante a la suya.
¿Cómo? Los cristianos realizados nos enseñan un método bueno, práctico e inteligente: ya, ahora.
En cada momento, quitemos una piedra tras otra para que en nosotros ya no viva nuestra voluntad, sino la suya.
Así habremos vivido la Palabra:
«¡Preparad el camino del Señor; abrid sendas rectas para él!»
Chiara Lubich