Para ello es necesario, en primer lugar, el testimonio moral de los propios padres, “que educan no tanto por lo que dicen cuanto por lo que viven”. Son ellos, con la coherencia de la propia vida, los primeros testigos de la verdad y del bien. Unido a esto, se hace especialmente necesario, en una sociedad carente de auténticos ejemplos, la presentación de testigos morales que fomenten en los hijos el deseo de una vida virtuosa. La vida de los santos se muestra así como un medio educativo de gran eficacia.
La educación en las virtudes que se realiza en la familia requiere el equilibrio entre libertad y disciplina: “Sin unas reglas de conducta y de vida, aplicadas día tras día incluso a las pequeñas cosas, no se forma el carácter ni queda uno preparado para afrontar las dificultades”. De esta manera se va creciendo en la colaboración con otras personas en el sentido del bien común.
FUENTE: SUBCOMISION PARA LA FAMILIA Y LA DEFENSA DE LA VIDA. CEE.