En esta ocasión la visita se centró en la parte más antigua de la colina del Albaicín, donde el primer rey zirí ubicó su corte. Recordar las raíces romanas y los posteriores asentamientos íberos y sobre todo el Albaicín musulmán era como abrir una ventana a la historia. Sus callejuelas, sus placitas, esos rincones de ensueño que lanzan al vuelo los sentidos, rotos por el corretear de los más jóvenes, que en cualquier reunión familiar no pueden faltar.
La verdad que el Albaicín da para más de una visita, por cierto, tenemos pendiente una más específica con un experto, mientras con conformamos con estas visitas en familia que vamos construyendo entre todos.
Son muchos los momentos e imágenes a recordar, comenzar la subida por las cuestas empinadas y arrancar a los más jóvenes que les costaba moverse; las primeras nociones de historia a la altura de la parroquia de San José, contemplando el alminar de la antigua mezquita de los ermitaños, la de al-Morabitín; contemplar Granada desde el Mirador de la Lona, tratar de descubrir por donde se llega al Palacio de Dalhaorra, restos de murallas, jardines, la belleza de la Alhambra. Del bullicio de la calle pasamos a recorrer los bellos patios y galerías de un bello edificio del siglo XVI recientemente restaurado y convertido hoy en hotel, el hotel Santa Isabel la Real. Y si se podía esperar más de una mañana en familia, fue conversar a través del torno con una religiosa clarisas del Convento de Santa Isabel la Real. Los más pequeños alucinaban ¡nunca habían visto un torno! ¡los dulces! El “sin pecado concebida” como respuesta al saludo de la religiosa clarisa. Para ellos novedad, para nosotros tomar conciencia del tesoro que tenemos y de la responsabilidad que tenemos.
Después saborear las magdalenas, ¡cómo las de toda la vida! en la plaza de San Miguel y de allí a San Nicolás, donde terminamos esta primera visita al bello barrio del Albaicín.
Como otras veces, un propósito: esto hay que repetirlo. Y en eso hemos quedado.
Ya os contaremos.