UNA PASTORAL EN CLAVE MISIONERA NO SE OBSESIONA POR LA TRANSMISIÓN DESARTICULADA DE DOCTRINAS, SINO QUE SE CENTRA EN EL ANUNCIO DE LO ESENCIAL
El papa Francisco sabe que en el mundo de hoy, con la velocidad de las comunicaciones y la selección interesada de contenidos que realiza la prensa, el mensaje del Evangelio corre más que nunca el riesgo de aparecer mutilado y reducido a algunos de sus aspectos secundarios que, por sí solos no manifiestan el corazón de la buena noticia de Jesucristo.
Por este motivo, en su reciente exhortación apostólica Evangelii gaudium (n. 34-39) el pontífice afronta con precisión teológica la cuestión de la jerarquía de verdades. Este aspecto no se da cuando «se habla más de la ley que de la gracia, más de la Iglesia que de Jesucristo, más del papa que de la Palabra de Dios» (n. 38).
Ante esta tentación, el santo padre propone una nueva pastoral en clave de misión que abandone el cómodo criterio del «siempre se ha hecho así» e invita a los cristianos a ser «audaces» y «creativos» en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades. Para el santo padre, «una individuación de los fines sin una adecuada búsqueda comunitaria de los medios para alcanzarlos está condenada a convertirse en mera fantasía» (n. 33).
Asimismo, el papa exhorta a todos a aplicar con «generosidad» y «valentía» las orientaciones de este documento, «sin prohibiciones ni miedos». Matiza que «lo importante es no caminar solos, contar siempre con los hermanos y especialmente con la guía de los obispos, en un sabio y realista discernimiento pastoral» (n. 33).
Si se analiza el documento con detenimiento, el lector constata que el pontífice utiliza dos palabras las cuales atraviesan todo el texto como su espina dorsal: alegría y misericordia, porque en esa conversión hay una jerarquía de verdades, pocas y esenciales, y en el centro está el amor encarnado por la persona de Jesucristo.
“Una pastoral en clave misionera no se obsesiona por la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia. Cuando se asume un objetivo pastoral y un estilo misionero, que realmente llegue a todos sin excepciones ni exclusiones, el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario” (n. 35).
En este sentido, el Concilio Vaticano II explica que hay un orden o jerarquía en las verdades en la doctrina católica: “todas las verdades reveladas proceden de la misma fuente divina y son creídas con la misma fe, pero algunas de ellas son más importantes por expresar más directamente el corazón del Evangelio, cuyo núcleo fundamental es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado” (n. 36).
Esto vale tanto para los dogmas de fe como para el conjunto de las enseñanzas de la Iglesia, e incluso para la enseñanza moral.
Y lo mismo enseña santo Tomás de Aquino: «En el mensaje moral de la Iglesia –dice– también hay una jerarquía,en las virtudes y en los actos que de ellas proceden. «En sí misma la misericordia es la más grande de las virtudes, ya que a ella pertenece volcarse en otros y, más aún, socorrer sus deficiencias» (Summa Theologiae II-II, q. 30, art. 4. Cf. ibíd. q. 30, art. 4, ad 1)» (n. 37).
También hay que decir que en el anuncio del Evangelio es necesario que haya una adecuada proporción. Ésta se advierte en la frecuencia con la cual se mencionan algunos temas y en los acentos que se ponen en la predicación.
Por último, el pontífice indica que «no hay que mutilar la integralidad del mensaje del Evangelio». Es más, «cada verdad se comprende mejor si se la pone en relación con la armoniosa totalidad del mensaje cristiano», y en ese contexto «todas las verdades tienen su importancia y se iluminan unas a otras» (n. 39).
Cuando la predicación es fiel al Evangelio, subraya Francisco, «se manifiesta con claridad la centralidad de algunas verdades y queda claro que la predicación moral cristiana no es una ética estoica», es más. «El Evangelio invita ante todo a responder a Dios que nos salva. ¡Esa invitación en ninguna circunstancia se debe ensombrecer! Todas las virtudes están al servicio de esta respuesta de amor» (n. 39)
Pero si esa invitación no brilla con fuerza y atractivo, concluye el papa, «el edificio moral de la Iglesia corre el riesgo de convertirse en un castillo de naipes, y allí está nuestro peor peligro». Porque no será propiamente el Evangelio lo que se anuncie, «sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones ideológicas». Si eso sucede, el mensaje correrá el riesgo de perder su «frescura» y dejará de tener «olor a Evangelio» (n. 39).
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