5. Santidad del Matrimonio
Stanislaw Dziwisz
Karol Wojtyla estaba convencido de que el modelo de familia depende de la educación que reciban los jóvenes. Por este motivo dedicó mucho tiempo a la pastoral con la juventud. Les explicaba que el matrimonio no es cuestión de casualidad sino real y, para muchos cristianos, fundamental vocación a la santidad. Les animaba a alejarse del dualismo entre el cuerpo y el alma, que si es puesto en práctica, conduce a fatales resultados. Les encarecía con entusiasmo para encender en sus jóvenes corazones y cabezas, la idea de ir por el camino que conduce a construir la civilización del amor, en el cual la cultura del amor vence a la civilización del egoísmo y utilitarismo, también el egoísmo de la pareja
Antes de proponer, en 1959, a la Conferencia Episcopal la idea de organizar cursos preparatorios para el matrimonio, él mismo organizó para los estudiantes con los que tenía contacto, decenas de cursos preparatorios informales. Con frecuencia aprovechaba las vacaciones y las excursiones por las montañas o en canoa. Como resultado de todo ello, con frecuencia se encontraba con nuevos y simpáticos «problemas»: le invitaban continuamente a casarles. En círculo de los amigos del «tío Carlos», corría la opinión de que las parejas que habían sido preparadas y casadas por él, perseveraban en su fidelidad matrimonial a pesar de las dificultades de la vida.
Es un hecho que Juan Pablo II quiso estar cerca de las familias conocidas durante los acontecimientos más importantes de su vida. Al comienzo de la vida matrimonial los visitaba en su nueva casa. Después les organizaba reuniones formativas. Ocasión para ello podía ser, por ejemplo, la espera de un nuevo hijo en unos cuantos matrimonios. Si se lo permitían sus actividades asistía al Bautismo y a la Primera Comunión de los pequeños. Más tarde sucedía que esos mismos hijos le invitaban a sus bodas. Siempre se daba prisa en manifestar sus condolencias o acompañar a los que suman por la pérdida de alguien de la familia.
He visto lo mucho que le interesaba mostrar a través de la labor pastoral el amor que la Iglesia manifiesta a cada familia y, juntamente con ello, ayudarlas a profundizar en la confianza que la familia misma debería tener con la Iglesia. Sin embargo nunca he tenido la sensación de que Juan Pablo II, y antes Karol Wojtyla, haya querido atraer hacia su persona a ninguna de esas familias. Era un hombre libre y transparente. Se alegraba con la felicidad de los demás. Su actitud para con todos era siempre abierta y franca. Era, sencillamente, vivo ejemplo de lo que enseñaba y de aquello que aconsejaba a otros.
En este momento viene bien recordar que Juan Pablo II, siendo obispo de Cracovia, en sus visitas a las parroquias, tenía habitualmente la costumbre de bendecir a los matrimonios. En la ceremonia prevista para ello participaban también los hijos y, en la medida de lo posible, toda la familia. Por otra parte el Cardenal Wojtyla con mucha alegría participaba en la renovación de las promesas matrimoniales que se organizaban en las distintas parroquias. Sabemos que esta práctica la conservó, siempre que tuvo ocasión, durante sus viajes montañas o en canoa. Como resultado de todo ello, con frecuencia se encontraba con nuevos y simpáticos «problemas»: le invitaban continuamente a casarles. En circulo de los amigos del »tío Carlos», corría la opinión de que las parejas que habían sido preparadas y casadas por él, perseveraban en su fidelidad matrimonial a pesar de las dificultades de la vida.
Con ocasión de los distintos aniversarios de boda, animó siempre a celebrar y a participar en la Eucaristía. En una ocasión quiso celebrar personalmente la Santa Misa con motivo de las bodas de oro de un matrimonio conocido. Pero el interesado no aceptó, ante la perplejidad de todos, afirmando que no se merecía semejante tratamiento pues, según afirmaba «no soy ningún príncipe para que el Señor Cardenal me celebre la Santa Misa». Cuando el Cardenal Wojtyla se enteró de lo sucedido, indicó que se le contestara diciendo que también ha casado a trabajadores y que, por otra parte, la solemnidad de unas bodas de oro no es fiesta solamente para el matrimonio, sino para toda la familia. El argumento dio resultado y aceptaron.
Stanislaw Dziwisz
Karol Wojtyla estaba convencido de que el modelo de familia depende de la educación que reciban los jóvenes. Por este motivo dedicó mucho tiempo a la pastoral con la juventud. Les explicaba que el matrimonio no es cuestión de casualidad sino real y, para muchos cristianos, fundamental vocación a la santidad. Les animaba a alejarse del dualismo entre el cuerpo y el alma, que si es puesto en práctica, conduce a fatales resultados. Les encarecía con entusiasmo para encender en sus jóvenes corazones y cabezas, la idea de ir por el camino que conduce a construir la civilización del amor, en el cual la cultura del amor vence a la civilización del egoísmo y utilitarismo, también el egoísmo de la pareja
Antes de proponer, en 1959, a la Conferencia Episcopal la idea de organizar cursos preparatorios para el matrimonio, él mismo organizó para los estudiantes con los que tenía contacto, decenas de cursos preparatorios informales. Con frecuencia aprovechaba las vacaciones y las excursiones por las montañas o en canoa. Como resultado de todo ello, con frecuencia se encontraba con nuevos y simpáticos «problemas»: le invitaban continuamente a casarles. En círculo de los amigos del «tío Carlos», corría la opinión de que las parejas que habían sido preparadas y casadas por él, perseveraban en su fidelidad matrimonial a pesar de las dificultades de la vida.
Es un hecho que Juan Pablo II quiso estar cerca de las familias conocidas durante los acontecimientos más importantes de su vida. Al comienzo de la vida matrimonial los visitaba en su nueva casa. Después les organizaba reuniones formativas. Ocasión para ello podía ser, por ejemplo, la espera de un nuevo hijo en unos cuantos matrimonios. Si se lo permitían sus actividades asistía al Bautismo y a la Primera Comunión de los pequeños. Más tarde sucedía que esos mismos hijos le invitaban a sus bodas. Siempre se daba prisa en manifestar sus condolencias o acompañar a los que suman por la pérdida de alguien de la familia.
He visto lo mucho que le interesaba mostrar a través de la labor pastoral el amor que la Iglesia manifiesta a cada familia y, juntamente con ello, ayudarlas a profundizar en la confianza que la familia misma debería tener con la Iglesia. Sin embargo nunca he tenido la sensación de que Juan Pablo II, y antes Karol Wojtyla, haya querido atraer hacia su persona a ninguna de esas familias. Era un hombre libre y transparente. Se alegraba con la felicidad de los demás. Su actitud para con todos era siempre abierta y franca. Era, sencillamente, vivo ejemplo de lo que enseñaba y de aquello que aconsejaba a otros.
En este momento viene bien recordar que Juan Pablo II, siendo obispo de Cracovia, en sus visitas a las parroquias, tenía habitualmente la costumbre de bendecir a los matrimonios. En la ceremonia prevista para ello participaban también los hijos y, en la medida de lo posible, toda la familia. Por otra parte el Cardenal Wojtyla con mucha alegría participaba en la renovación de las promesas matrimoniales que se organizaban en las distintas parroquias. Sabemos que esta práctica la conservó, siempre que tuvo ocasión, durante sus viajes montañas o en canoa. Como resultado de todo ello, con frecuencia se encontraba con nuevos y simpáticos «problemas»: le invitaban continuamente a casarles. En circulo de los amigos del »tío Carlos», corría la opinión de que las parejas que habían sido preparadas y casadas por él, perseveraban en su fidelidad matrimonial a pesar de las dificultades de la vida.
Con ocasión de los distintos aniversarios de boda, animó siempre a celebrar y a participar en la Eucaristía. En una ocasión quiso celebrar personalmente la Santa Misa con motivo de las bodas de oro de un matrimonio conocido. Pero el interesado no aceptó, ante la perplejidad de todos, afirmando que no se merecía semejante tratamiento pues, según afirmaba «no soy ningún príncipe para que el Señor Cardenal me celebre la Santa Misa». Cuando el Cardenal Wojtyla se enteró de lo sucedido, indicó que se le contestara diciendo que también ha casado a trabajadores y que, por otra parte, la solemnidad de unas bodas de oro no es fiesta solamente para el matrimonio, sino para toda la familia. El argumento dio resultado y aceptaron.