El doctor Rodolfo Proietti, médico que asistió a Juan Pablo II, cuenta su experiencia junto al futuro santo
«Confió en vuestra competencia y en la divina providencia», estas son palabras del futuro santo Juan Pablo II a su equipo de médicos. Lo ha contado en un encuentro con periodistas en la universidad pontificia de la Santa Cruz en Roma, el profesor Rodolfo Proietti, quien guió el equipo médico que cuidó al papa Wojtyla en sus dos últimos ingresos en el hospital Políclino Gemelli.
El doctor Proietti recuerda que el 13 de mayo de 1981, día que Juan Pablo II sufrió el atentado en la plaza de San Pedro, llegó a urgencias del hospital «confiándose a la Virgen María. Rezaba y se dirigía a ella». Y se pregunta, «¿por qué se salvó?» Nunca sabré si fue por nosotros o por otra razón, ha indicado. Asimismo, afirma que de aquella situación el papa polaco se recuperó casi completamente en su forma física.
Al punto que después de 1981, iba a la montaña unos días en verano. Y también allí le acompañaba el equipo médico. Y tras largas caminatas «la dificultad la tenía yo, no él», recuerda. Y añade que Juan Pablo II tenía una gran fuerza física, resistencia y voluntad de llegar a la cima.
De este modo, el médico ha aclarado que después de 1981 la salud del papa polaco no se vio especialmente deteriorada, lo que sí sucedió en torno al año 2000-2001.
Tras el atentado, insiste, «se sentía seguro de sus fuerzas». Y afirma también que tenía una gran resistencia al dolor.
Del mismo modo, el profesor Proietti ha querido señalar que en torno al Santo Padre había una organización sanitaria bastante compleja y era necesario intentar preveer todo lo que podía suceder. Por ejemplo, en el caso del atentado del ’81, hubo una comunicación inmediata con el Gemelli para preparar todo antes de que él fuera trasladado al hospital.
«Era un paciente difícil», ha afirmado el doctor, es algo que sucede cuando «a un médico le confían al vicario de Cristo, a Juan Pablo II». Y por ello intentaban fingir que era un hombre cualquiera, así no se veían afectados por las emociones y podían hacer las cosas más serenamente. Pero aún así, llegaba el temor a equivocarse, de no hacer todo lo posible.
Por otro lado, recuerda también las dos últimas ocasiones en las que estuvo ingresado y el equipo médico debía decidir cuál era el programa de terapia, él era el encargado de ir a explicarle al Santo Padre «porque el Santo Padre quería saberlo todo». Pero, ha matizado que «la última palabra la tenía el médico, o sea él». Aunque, el doctor reconoce que la mayor parte de las veces dijo que sí.
Al respecto, cuenta una anécdota –para hacer entender– que sucedió durante el primer ingreso después del atentando. Todo el grupo de médicos estaba reunido y estaban decidiendo cuándo darle el alta. «Si de nosotros dependiera, nunca, le habríamos cerrado dentro del Vaticano toda la vida, porque existía miedo», recuerda. Pero, Juan Pablo II llegó, abrió la puerta sin llamar, entró y dijo «cuándo voy a casa lo decido yo». «¿Cuándo Santidad?», le preguntaron. «Mañana», respondió.
Y esto era porque, ha explicado el doctor, él quería retomar su servicio pastoral cuanto antes, «él para asomarse a la ventana del décimo piso del Gemelli soportó grandes sufrimientos». Y es que su ‘problema’ era continuar a comunicar con los otros. Y añade, que aún en los momentos de máximo sufrimiento, él pensaba en los otros.
El doctor asegura que Juan Pablo II ha dado un ejemplo que permanecerá para siempre, para todos. «Una dedicación haca el otro que no he visto nunca en otra persona», señala.
Por otro lado, ha proseguido contando que Juan Pablo II mostraba afecto con ellos pero, «nosotros teníamos un deber. Debíamos ser invisibles, estar ahí sin ser vistos». Al respecto, el doctor explica que no es bonito para nadie vivir rodeado de sistemas sanitarios, sistemas de seguridad, «vivir rodeado como en una prisión».
Otro episodio que ha rememorado ha sido cuando tuvieron que decirle que habían decidido hacerle una traqueotomía. «Él como instrumento de trabajo tenía sobre todo la comunicación con los otros», recuerda. Y haciendo memoria de la ironía de Juan Pablo II incluso en momentos así, cuenta que cuando el médico le dijo «es una pequeña intervención», el papa polaco respondió «es pequeña para usted que lo hace, no para mí que lo sufro». Y en aquella ocasión, marzo de 2005, el Papa se asomó a la ventana de su habitación del hospital y consiguió bendecir a la multitud e incluso hablar, pero después fue cada vez más difícil.
Finalmente, dando algunos detalles de la última etapa de Juan Pablo II, el profesor Proietti afirma que él permaneció lúcido prácticamente hasta el final. Él tuvo ocasión de estar con el Papa la noche del 1 de abril, para despedirse porque habían entendido que la muerte estaba cerca, y en ese momento estaba lúcido. «Cuando se llega a la fase de agonía la lucidez es parcial, pero antes era consciente, nunca notamos pérdida de lucidez», ha explicado.