La familia, arraigada en Cristo.La familia es la comunidad de personas nacida de la unión conyugal del hombre y la mujer, llamada a existir y a vivir en comunión de amor. Los esposos cristianos han de ser conscientes de que su amor nace de otro amor primero (Ap 2, 4) que lo genera, lo nutre y lo fortalece. Su unión se arraiga en la verdad de Jesucristo crucificado que se entrega por amor a su Iglesia (Ef 5, 25) y «el Espíritu Santo, que infunde el Señor, renueva el corazón y hace al hombre y a la mujer capaces de amarse como Cristo nos amó».
Sobre esta raíz que nos descubre la fe se edifica la familia fuertemente arraigada en Cristo, la roca de la salvación, como aquel hombre que edificó su casa sobre una roca firme de modo que resista a los embates de la lluvia y las crecidas de los ríos (cf. Mt 7, 24-25). La familia es el lugar donde Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nació, vivió, creció y murió: «el niño iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él» (Lc 2, 40). La familia es el reflejo en la tierra del misterio de Comunión eterna que Él vive en el seno de la Santísima Trinidad. La familia, a imagen de la Trinidad, es origen de la vida y casa de la comunión donde se descubre, acoge, custodia, revela y se comunica el amor.
La familia tiene también la misión específica del servicio a la vida. Los esposos en su amor conyugal se hacen aptos para recibir el don de la vida. En esta comunión de amor el hombre puede ser recibido y apreciado por sí mismo y se descubre que toda vida humana es un bien y se la protege de tantas amenazas. Por eso mismo, los padres son también los primeros responsables de la educación de sus hijos para introducirlos progresivamente dentro de la familia humana.
Igualmente, mediante la regeneración por el bautismo, el hijo es introducido en la familia de Dios, que es la Iglesia, y recibe un corazón nuevo para vivir el amor y el perdón.
Así, la familia colabora con Cristo y la Iglesia en la transmisión de la fe y la iniciación cristiana y es signo y recuerdo permanente para la Iglesia de que es esencialmente familia de hijos de Dios, llamada a establecer auténticas relaciones familiares.
También la familia recibe la fuerza del Espíritu para poder vivir su vocación de comunión en medio de las dificultades y problemas del momento como una misión recibida de Dios. Tiene por ello la especial capacidad de sanar con su cariño, acogida, amor y perdón los corazones a menudo con tantas heridas afectivas, morales, sociales y psicológicas. Igualmente tiene el cometido de aportar su ayuda en esta crisis económica, ante la falta de trabajo, ante las enfermedades,… protegiendo, sosteniendo y animando a cuantos lo precisen.
Texto completo y el resto del material en la página web de la Subcomisión
Sobre esta raíz que nos descubre la fe se edifica la familia fuertemente arraigada en Cristo, la roca de la salvación, como aquel hombre que edificó su casa sobre una roca firme de modo que resista a los embates de la lluvia y las crecidas de los ríos (cf. Mt 7, 24-25). La familia es el lugar donde Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nació, vivió, creció y murió: «el niño iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él» (Lc 2, 40). La familia es el reflejo en la tierra del misterio de Comunión eterna que Él vive en el seno de la Santísima Trinidad. La familia, a imagen de la Trinidad, es origen de la vida y casa de la comunión donde se descubre, acoge, custodia, revela y se comunica el amor.
La familia tiene también la misión específica del servicio a la vida. Los esposos en su amor conyugal se hacen aptos para recibir el don de la vida. En esta comunión de amor el hombre puede ser recibido y apreciado por sí mismo y se descubre que toda vida humana es un bien y se la protege de tantas amenazas. Por eso mismo, los padres son también los primeros responsables de la educación de sus hijos para introducirlos progresivamente dentro de la familia humana.
Igualmente, mediante la regeneración por el bautismo, el hijo es introducido en la familia de Dios, que es la Iglesia, y recibe un corazón nuevo para vivir el amor y el perdón.
Así, la familia colabora con Cristo y la Iglesia en la transmisión de la fe y la iniciación cristiana y es signo y recuerdo permanente para la Iglesia de que es esencialmente familia de hijos de Dios, llamada a establecer auténticas relaciones familiares.
También la familia recibe la fuerza del Espíritu para poder vivir su vocación de comunión en medio de las dificultades y problemas del momento como una misión recibida de Dios. Tiene por ello la especial capacidad de sanar con su cariño, acogida, amor y perdón los corazones a menudo con tantas heridas afectivas, morales, sociales y psicológicas. Igualmente tiene el cometido de aportar su ayuda en esta crisis económica, ante la falta de trabajo, ante las enfermedades,… protegiendo, sosteniendo y animando a cuantos lo precisen.
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