«Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo». (Jn 13, 1)
¿Sabes cuándo aparece esta frase en el Evangelio? La escribe San Juan el evangelista antes de que Jesús se disponga a lavar los pies a sus discípulos y se prepare para su pasión.
En los últimos momentos que vive con los suyos, Jesús manifiesta de una manera suprema y más explicita el amor que desde siempre sentía por ellos.
«Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo».
Las palabras «hasta el extremo» significan hasta el final de su vida, hasta el último aliento. Pero también indican la idea de la perfección. Quieren decir: los amó completamente, totalmente, con una intensidad extrema, hasta el culmen.
Los discípulos de Jesús permanecerán en el mundo mientras que Jesús estará ya en la gloria. Se sentirán solos, tendrán que superar muchas pruebas; precisamente para cuando lleguen esos momentos, Jesús quiere que estén seguros de su amor.
«Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo».
¿No percibes en esta frase el estilo de vida de Cristo, su modo de amar? Lava los pies a sus discípulos. Su amor lo lleva a realizar hasta ese servicio que en aquel tiempo estaba reservado a los esclavos. Jesús se está preparando para la tragedia del Calvario, para dar a los suyos y a todos, además de sus extraordinarias palabras, de sus mismos milagros, de todas sus obras, incluso la vida. Lo necesitaban; es la mayor necesidad que tiene todo hombre: ser liberado del pecado, que significa de la muerte, y poder entrar en el Reino de los Cielos. Debían tener paz y alegría en la Vida que ya no acaba.
«Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo».
Hay en estas palabras la tenacidad del amor de un Dios y la dulzura del afecto de un hermano.
Nosotros, los cristianos, también podemos amar así, porque Cristo está en nosotros.
Sin embargo, ahora no quisiera proponerte que imites a Cristo en el morir por los demás (cuando era su hora); no quisiera ofrecerte como modelos necesarios al Padre Kolbe, que muere por un hermano prisionero, ni al Padre Damián, que haciéndose leproso con los leprosos, muere con ellos y por ellos.
A Cetti se le parte el corazón. Había allí una pequeña iglesia en ruinas. Entran. Sólo quedaban un pequeño sagrario y un crucifijo. Cetti dice: «¡Mira, en este mundo todo se destruirá, pero ese crucifijo y ese sagrario quedarán!» Georgina responde, secándose las lágrimas: «¡Sí, tienes razón!» Después, con delicadeza, Cetti coge a Georgina de la mano y la acompaña a ver a su mamá.
Al llegar, le dice decididamente estas palabras: «Mire, señora, aunque esto no me incumba, le digo que usted ha dejado a su hija sin un cariño materno que necesita. Y aún le digo más, que usted nunca estará en paz hasta que no se la lleve con usted y se arrepienta».
Al día siguiente, Cetti anima con amor a Georgina cuando se ven en el colegio. Pero sucede algo nuevo: un coche viene a buscar a Georgina; lo conduce su mamá. Y desde aquel día el coche sigue viniendo, porque Georgina ya vive con ella, que ha dejado definitivamente la amistad con aquel hombre.
«Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo».
Hazlo.