PALABRA DE VIDA DE AGOSTO DE 2011
«Aquí vengo yo para hacer tu voluntad» (Hb 10,9).
Éste es un versículo del salmo 40 que el autor de la carta a los hebreos pone en boca del Hijo de Dios en diálogo con el Padre. De este modo quiere subrayar el amor con que el Hijo de Dios se hizo hombre para cumplir la obra de la redención obedeciendo a la voluntad del Padre.
Estas palabras se encuentran en un contexto en el que el autor quiere demostrar la infinita superioridad del sacrificio de Jesús respecto a los sacrificios de la antigua ley. A diferencia de estos últimos en los que se ofrecía a Dios víctimas de animales o, en cualquier caso, cosas externas al hombre, Jesús, movido por un amor inmenso, ofreció al Padre durante su vida terrena su propia voluntad, todo su ser.
Estas palabras se encuentran en un contexto en el que el autor quiere demostrar la infinita superioridad del sacrificio de Jesús respecto a los sacrificios de la antigua ley. A diferencia de estos últimos en los que se ofrecía a Dios víctimas de animales o, en cualquier caso, cosas externas al hombre, Jesús, movido por un amor inmenso, ofreció al Padre durante su vida terrena su propia voluntad, todo su ser.
«Aquí vengo yo para hacer tu voluntad».
Esta Palabra nos ofrece la clave de lectura de la vida de Jesús y nos ayuda a captar su aspecto más profundo y el hilo de oro que une todas las etapas de su existencia terrena: su infancia, su vida oculta, sus tentaciones, sus opciones, su actividad pública, hasta su muerte en la cruz. En todo instante y en cada situación Jesús buscó una sola cosa: hacer la voluntad del Padre; y la llevó a cabo de modo radical, no haciendo nada más que esa voluntad y rechazando incluso las propuestas más sugerentes que no estuvieran en total acuerdo con esa voluntad.
«Aquí vengo yo para hacer tu voluntad».
Esta Palabra nos hace comprender la gran lección a la que apuntaba toda la vida de Jesús: que lo más importante es hacer la voluntad del Padre y no la nuestra; ser capaces de decir no a nosotros mismos para decidle sí a Él.
El verdadero amor a Dios no consiste en buenas palabras, ideas y sentimientos, sino en la obediencia efectiva a sus mandamientos. El sacrificio de alabanza que Él espera de nosotros es el ofrecimiento amoroso a Él de lo más Íntimo que tenemos, lo que más nos pertenece: nuestra voluntad.
El verdadero amor a Dios no consiste en buenas palabras, ideas y sentimientos, sino en la obediencia efectiva a sus mandamientos. El sacrificio de alabanza que Él espera de nosotros es el ofrecimiento amoroso a Él de lo más Íntimo que tenemos, lo que más nos pertenece: nuestra voluntad.
«Aquí vengo yo para hacer tu voluntad».
¿Cómo viviremos entonces la Palabra de Vida de este mes? Ésta es una de las frases que más pone de relieve el aspecto «contracorriente» del Evangelio por cuanto se contrapone a nuestra tendencia más arraigada: buscar nuestra voluntad, seguir nuestros instintos, nuestros sentimientos.
Esta Palabra es además una de las más chocantes para el hombre moderno. Vivimos en la época de la exaltación del yo, de la autonomía de la persona, de la libertad como fin en sí misma, de la autosatisfacción como realización del individuo, del placer considerado como el criterio de nuestras opciones y el secreto de la felicidad. Pero conocemos también las consecuencias desastrosas a las que conduce esta cultura.
Pues bien, a esta cultura basada en la búsqueda de la voluntad de uno mismo se contrapone la de Jesús, totalmente orientada a hacer la voluntad de Dios, con los efectos maravillosos que Él nos asegura.
Entonces trataremos de vivir la Palabra de este mes eligiendo también nosotros la voluntad del Padre, es decir, haciendo de ella la norma y el motor de toda nuestra vida, como hizo Jesús.
Nos lanzaremos a una divina aventura de la que estaremos eternamente agradecidos a Dios. Por ella nos haremos santos e irradiaremos a muchos corazones el amor de Dios.
Esta Palabra es además una de las más chocantes para el hombre moderno. Vivimos en la época de la exaltación del yo, de la autonomía de la persona, de la libertad como fin en sí misma, de la autosatisfacción como realización del individuo, del placer considerado como el criterio de nuestras opciones y el secreto de la felicidad. Pero conocemos también las consecuencias desastrosas a las que conduce esta cultura.
Pues bien, a esta cultura basada en la búsqueda de la voluntad de uno mismo se contrapone la de Jesús, totalmente orientada a hacer la voluntad de Dios, con los efectos maravillosos que Él nos asegura.
Entonces trataremos de vivir la Palabra de este mes eligiendo también nosotros la voluntad del Padre, es decir, haciendo de ella la norma y el motor de toda nuestra vida, como hizo Jesús.
Nos lanzaremos a una divina aventura de la que estaremos eternamente agradecidos a Dios. Por ella nos haremos santos e irradiaremos a muchos corazones el amor de Dios.
Chiara Lubich