Oímos constantemente que el aborto es un “drama” para las mujeres y que es una realidad “muy sensible” que afecta a muchos. ¿Por qué es un drama? Lo calificamos como drama porque lo que está en juego es la vida o la muerte de un hijo, de un ser humano inocente e indefenso. Hablamos de drama para la mujer embarazada y de realidad “muy sensible” porque el aborto conlleva mucho sufrimiento para la madre y, hemos de suponer, para el padre de la criatura y los entornos familiares y amigos de la mujer embarazada. Si en este año de 2014 se va a llegar a los dos millones de abortos registrados en las estadísticas en España desde 1985, podemos imaginar que esta herida del aborto afecta a muchísimos españoles. Si a ello añadimos el sufrimiento del síndrome postaborto que acompaña a tantas mujeres, no cabe ninguna duda de que nos enfrentamos ante un colosal problema.
¿Qué podemos hacer ante este problema y ante tanto sufrimiento? La solución de los partidos políticos llamados de izquierda presentes en el parlamento español y la propuesta de los sindicatos mayoritarios va en la dirección de afirmar el aborto como un derecho de la mujer y favorecer el mayor permisivismo de las leyes. Frente a esta postura el Partido Popular ‒desconocemos si con la ayuda de algunos grupos minoritarios del parlamento o con el apoyo de otros diputados ‒ se propone aprobar una nueva ley que teóricamente parece más restrictiva y que quiere señalar la importancia jurídica del concebido y no nacido. Esto ha provocado la reacción de algunos representantes del Partido Popular indicando que el anteproyecto debe abrirse a ser corregido buscando un mayor “consenso”.
Si analizamos bien los hechos podemos concluir que la cuestión de la vida o la muerte de los inocentes concebidos-no nacidos se pone a merced del juego político de mayorías y minorías sin afrontar la cuestión de fondo: el aborto es un crimen, es la muerte de un ser humano inocente provocada por la libertad despótica de quienes tienen la responsabilidad de protegerlo ‒el padre, la madre y los médicos ‒, y avalada por las leyes de un llamado hipócritamente “Estado de derecho”. ¿Cómo es posible tanta incongruencia?
La razón de lo que está pasando y la explicación de la anestesia de la sociedad española hay que buscarla en la crisis de la “verdad” que venimos sufriendo en este momento calificado de postmoderno o postcristiano. La crisis de la “verdad” y la debilidad de la razón para abrazarla han conducido a lo que el Papa Benedicto XVI llamaba la “dictadura del relativismo”. Este virus maligno se ha introducido en la “cultura hegemónica”, en la política y en la vida de las personas a base de transformar la conciencia moral en mero subjetivismo o simple ejercicio de una libertad individual creadora del bien o del mal. Pero ¿es esto así?
Para deshacer este entuerto que conduce al nihilismo conviene recordar que la conciencia moral es “discípula” y no “maestra” de la verdad. Quien obliga y debe dirigir la conducta humana es la verdad que resuena y es personalizada en la conciencia moral. Por eso lo propio de la conciencia es “oír” y por tanto seguir la verdad, obedecer (ob-audire). No es la arbitrariedad sino la “verdad” lo que pone en pie al hombre y hace digna y habitable (ecología) una sociedad. “A quienes querrían negar la existencia de la conciencia moral en el hombre, reduciendo su voz al resultado de condicionamientos externos o a un fenómeno puramente emotivo, es importante reafirmar que la calidad moral de la acción humana no es un valor extrínseco u opcional, ni tampoco una prerrogativa de los cristianos o de los creyentes, sino que es común a todo ser humano. En la conciencia moral Dios habla a cada persona e invita a defender la vida humana en todo momento. En este vínculo personal con el Creador está la dignidad profunda de la conciencia moral y la razón de su inviolabilidad” (Benedicto XVI, Discurso a la Asamblea General de la Academia Pontificia para la vida, 26-2-2011).
La cuestión del aborto que provoca la muerte de un ser humano inocente y daña a las madres debe ser sacada del juego de mayorías o minorías. Este es un tema ‒ la vida humana ‒ anterior al parlamento y que debe fundamentar todo el orden constitucional encaminado a la protección y cuidado del bien humano que comienza con el “derecho a la vida”.
Este no es el momento del debate de pareceres o consensos extraños, sino el momento de reconocer lo que la biología y la genética nos han hecho descubrir. No reconocer la vida humana y protegerla desde el inicio es ponerse de espaldas a la realidad. Por eso, más allá de las soluciones pseudopolíticas, reivindico los derechos de una conciencia moral rectamente formada; es decir, una conciencia capaz de conocer la verdad y obedecerla. Es esto lo que puede engrandecernos a todos y, de manera especial, a las mujeres. Es hora de que florezca en la sociedad española un gran movimiento de mujeres que pongan de manifiesto el “genio femenino” y reivindiquen sus vientres como el lugar más seguro para que florezca la vida humana y sea custodiada. Acoger a un hijo es acoger a una persona, el mayor don humanamente hablando; de ahí deriva la importancia de la maternidad y de la paternidad.
España está en estos momentos en una encrucijada. Es el momento de apostar por el triunfo de la vida o la permanencia de la cultura de la muerte. El Partido Popular tiene la gran oportunidad histórica de iniciar un cambio de rumbo en Europa. Yo apelo, con humildad, a la conciencia moral de todos los diputados y senadores de los distintos partidos políticos en España. Si la conciencia, como nos recordaba Benedicto XVI, “se reduce al ámbito de lo subjetivo, al que se relegan la religión y la moral, la crisis de occidente no tiene remedio y Europa está destinada a la involución. En cambio, si la conciencia vuelve a descubrirse como lugar de escucha de la verdad y del bien, lugar de la responsabilidad ante Dios y los hermanos en humanidad, que es la fuerza contra cualquier dictadura, entonces hay esperanza de futuro” (Discurso en Zagreb, 4-6-2011).
España envejece y está perdiendo población. Necesitamos por tanto promover entre todos una cultura de la vida que enaltezca la maternidad y procure la ayuda real a las madres. En cualquier caso, nos recuerda el Papa Francisco, “no es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana” (Evangelii gaudium, 214). Nuestros políticos harían bien en considerar los pasos del que es su patrono, Santo Tomás Moro, el gran campeón de la conciencia moral rectamente formada.
+ Juan Antonio Reig Pla
Obispo de Alcalá de Henares