Hoy ha empezado el Octavario de Oración por la Unidad de todos los cristianos de distintas denominaciones y comunidades eclesiales. Os copiamos a continuación parte de la homilía que el año pasado, en la clausura de ese evento, pronunció el Papa en la Basílica de San Pablo extramuros.
Pedimos, pues, intensamente con las mismas palabras de Jesús en Jn 17: “Padre, que todos sean uno, como Tú en Mí y Yo en Ti, que ellos sean uno en nosotros para que el mundo crea”.
«[…] Mientras elevamos nuestra oración, confiamos en ser también nosotros transformados y conformados a imagen de Cristo. Esto es verdad de modo especial en la oración por la unidad de los cristianos. En efecto, cuando imploramos el don de la unidad de los discípulos de Cristo, hacemos nuestro el deseo expresado por Jesucristo en la víspera de su pasión y muerte en la oración dirigida al Padre: «para que todos sean uno» (Jn 17, 21). Por este motivo, la oración por la unidad de los cristianos no es más que participación en la realización del proyecto divino para la Iglesia, y el compromiso activo por el restablecimiento de la unidad es un deber y una gran responsabilidad para todos. Aun experimentando en nuestros días la situación dolorosa de la división, los cristianos podemos y debemos mirar con esperanza al futuro, en cuanto que la victoria de Cristo significa la superación de todo aquello que nos priva de compartir la plenitud de vida con él y con los demás. La resurrección de Jesucristo confirma que la bondad de Dios vence al mal, y que el amor supera la muerte. Él nos acompaña en la lucha contra la fuerza destructora del pecado que hace daño a la humanidad y a toda la creación de Dios. La presencia de Cristo resucitado nos llama a todos los cristianos a actuar juntos en la causa del bien. Unidos en Cristo, estamos llamados a compartir su misión, que consiste en llevar la esperanza allí donde dominan la injusticia, el odio y la desesperación. Nuestras divisiones hacen que nuestro testimonio de Cristo sea menos luminoso. La meta de la unidad plena, que esperamos con una esperanza activa y por la cual rezamos con confianza, es una victoria no secundaria, sino importante para el bien de la familia humana.
En la cultura hoy dominante, la idea de victoria se asocia con frecuencia a un éxito inmediato. En la perspectiva cristiana, en cambio, la victoria es un proceso -largo y, a nuestros ojos humanos, no siempre lineal- de transformación y de crecimiento en el bien. Esa victoria tiene lugar según los tiempos de Dios, no según nuestros tiempos, y requiere de nosotros fe profunda y perseverancia paciente. Aunque el reino de Dios irrumpió definitivamente en la historia con la resurrección de Jesús, aún no está plenamente realizado. La victoria final se producirá sólo con la segunda venida del Señor, que nosotros aguardamos con esperanza paciente. También nuestra espera de la unidad visible de la Iglesia debe ser paciente y confiada. Sólo con esta disposición encuentran pleno significado nuestra oración y nuestro compromiso cotidianos por la unidad de los cristianos. La actitud de espera paciente no significa pasividad o resignación, sino respuesta pronta y atenta a toda posibilidad de comunión y fraternidad que nos dona el Señor.
BENEDICTO XVI, Homilía al final de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, 25 de enero de 2012(Fuente: Vida de la Palabra)