Jornada por la Vida 25 de marzo de 2014
Nota de los obispos para la Jornada de la Vida 2014
Por los niños; por los padres; por los abuelos: sí a la vida
Para España, para Europa y para el mundo, «la apertura moralmente responsable a la vida es una riqueza social y económica. Grandes naciones han podido salir de la miseria gracias también al gran número y a la capacidad de sus habitantes. Al contrario, naciones en un tiempo florecientes pasan ahora por una fase de incertidumbre, y en algún caso de decadencia, precisamente a causa del bajo índice de natalidad, un problema crucial para las sociedades de mayor bienestar. La disminución de los nacimientos, a veces por debajo del llamado “índice de reemplazo generacional”, pone en crisis incluso a los sistemas de asistencia social, aumenta los costes, merma la reserva del ahorro y, consiguientemente, los recursos financieros necesarios para las inversiones, reduce la disponibilidad de trabajadores cualificados y disminuye la reserva de “cerebros” a los que recurrir para las necesidades de la nación. Además, las familias pequeñas, o muy pequeñas a veces, corren el riesgo de empobrecer las relaciones sociales y de no asegurar formas eficaces de solidaridad. Son situaciones que presentan síntomas de escasa confianza en el futuro y de fatiga moral. Por eso, se convierte en una necesidad social, e incluso económica, seguir proponiendo a las nuevas generaciones la hermosura de la familia y del matrimonio, su sinfonía con las exigencias más profundas del corazón y de la dignidad de la persona».
Se podría pensar que la caída de la natalidad solo tiene que ver con los problemas económicos de las familias, y que para aumentarla solo se requiere propiciar un incremento de los ingresos familiares y, en su caso, implementar las pertinentes ayudas económicas y sociales. Desde luego todo ello sería una gran ayuda; pero no nos equivoquemos, lo verdaderamente grave ha sido «con el concurso de los poderosos y de su dinero», la instalación en los corazones de una verdadera mentalidad egoísta y anti-vida que ha arraigado en profundidad en las almas.
El beato Juan Pablo II, en la encíclica Evangelium vitae, habla de «mentalidad anticonceptiva», «mentalidad hedonista e irresponsable respecto a la sexualidad», «mentalidad de permisivismo sexual y de menosprecio de la maternidad», «mentalidad eugenésica», «mentalidad eficientista», «mentalidad de este mundo» (cf. Rom 12, 2). Es, por tanto, necesario «un cambio de mentalidad y de vida» que permita ganar la propia libertad para donarse al otro: donarse a la esposa o al esposo, donarse a los hijos, donarse a los ancianos, donarse al que sufre. Esto es lo que el papa Francisco ha explicado cuando ha afirmado: «una sociedad que abandona a los niños y que margina a los ancianos corta sus raíces y oscurece su futuro».
Recordando este tema, al que le ha dado gran importancia desde el inicio de su pontificado, también en la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro, el papa Francisco dijo que los abuelos «son el tesoro de nuestra sociedad», y un pueblo que no los toma en cuenta «no tiene futuro porque no tiene memoria».
Así lo indicó el santo padre en su homilía de la misa que presidió en la capilla de la Casa Santa Marta: «Vivimos en un tiempo en el que los ancianos no cuentan. Es feo decirlo, pero se descartan, ¡eh! Porque dan fastidio. Los ancianos son los que nos traen la historia, nos traen la doctrina, nos traen la fe y nos la dan en herencia. Son los que, como el buen vino, envejecen, tienen esta fuerza dentro para darnos una herencia noble».
Dicho esto conviene recordar que nadie puede donarse si no se posee a sí mismo; y ello no es posible sin la primacía de la gracia, es decir, sin el concurso del Espíritu Santo actuando en los corazones.
A la luz de todo esto, los obispos de la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida deseamos llamar de nuevo la atención sobre el valor y la dignidad de la vida humana desde la concepción y hasta su fin natural. Además, queremos instar a reflexionar sobre la experiencia vital en la que todos percibimos la vida como signo de esperanza; sabiendo que en los momentos difíciles dicha esperanza se oscurece y que necesitamos de la ayuda de otros para recuperar la y fortalecerla. La Encarnación del Hijo de Dios enaltece la dignidad de la vida humana. Es Jesucristo quien revela al hombre el misterio del hombre. La Iglesia es la madre que a todos acoge con entrañas de misericordia y nos anuncia a Jesucristo, el Evangelio de la Vida.
A esta reflexión ayuda una correcta formación de las conciencias a la que contribuyen, entre otros medios, los programas de educación afectivo-sexual, hoy especialmente necesarios. Estos programas dirigidos a los adolescentes y jóvenes, y también a los padres, ayudan a tomar conciencia de la verdad del amor y de la vida, del sentido y de la maravilla de la maternidad y de la paternidad; abren la puerta a la esperanza en este mundo lleno de oscuridad.
Tenemos que recuperar la grandeza del don y sentido de la maternidad, como el gran don de Dios a la mujer, que la dignifica, haciendo posible que en su seno se produzca el gran milagro de la vida, por la formación, gestación y desarrollo del comienzo de la vida humana. La maternidad ha sido ensombrecida en la sociedad actual por el feminismo radical y la ideología de género. Dicho feminismo radicalizado trata absurdamente de igualar lo diferente
–Dios los creó hombre y mujer (Gén 1, 27)–. Además esta ideología pretende tachar de servilismo la potencial maternidad de la mujer, afirmando, por otra parte, un poder despótico sobre el fruto de sus entrañas.
En esa maravillosa diferencia entre el hombre y la mujer radica la complementariedad y capacidad de la comunión en el amor esponsal, imagen del amor de Jesucristo por su Iglesia. Es por esa diferencia sexuada entre el hombre y la mujer que puede darse de forma natural la procreación, la acogida del don de la vida que da Dios; sólo él crea y convierte a los esposos en colaboradores suyos (procreación) en el acto libre de la unión conyugal abierto a la vida. Dios así concedió a la mujer el privilegio de acoger en su seno el proceso de formación y desarrollo, en sus primeras etapas, del ser humano que alumbrará meses después de su concepción: como fue el caso sublime del Hijo de Dios en el seno de la Virgen María.
La corriente ideológica “pseudo-igualitaria”, inspirada en el feminismo radical y la ideología de género, conlleva, por otro lado, la errónea concepción de que el hijo es solo responsabilidad de la madre. Al varón, que con frecuencia se ha constituido en la figura ausente en la educación y formación de los hijos –el llamado “padre ausente”–, ahora se le relega a la figura de “padre olvidado”. Con ello no solo no se ayuda a lograr la indispensable colaboración del padre en el crecimiento físico, psíquico y espiritual de los hijos, sino que se da un paso atrás facilitando la deconstrucción de la personalidad de los hijos en su masculinidad y de las hijas en su femineidad. Es esencial recuperar la figura del padre, implementando los programas que al respecto sean adecuados.
El erróneo proceder humano con la reducción del índice de natalidad está dando lugar al envejecimiento alarmante de la población, que de seguir por este camino aboca a la ruina demográfica, económica y sobre todo moral de la sociedad. La “política” en el ámbito demográfico, que en la práctica se aproxima a la denominada “del hijo único”, está provocando en no pocas ocasiones severas dificultades en la socialización del individuo; tras dos generaciones de hijos únicos, no solo han desaparecido los hermanos, también desaparecen los tíos y los primos; la soledad puede volverse atronadora, la posibilidad de solidaridad familiar casi se desvanece, y, para los laicistas, solo queda el Estado, quebrado e impotente ante las necesidades materiales y espirituales de las personas.
El derecho a la vida viene relativizado también por otros mal llamados “derechos”, impuestos despóticamente en nombre del progreso. Resuenan las valientes palabras del papa Francisco «No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana»3, como un aldabonazo a nuestros corazones, irguiéndonos a una decidida y valiente defensa de la vida. Defender y valorar la vida supone un avance en esta sociedad que se diluye en falsas ideologías que subyugan la libertad y crean estructuras opresoras y esclavizadoras de las conciencias y del pensamiento, bajo apariencia de novedad y progreso.
El papa no solo nos invita a la defensa del «concebido y no nacido», sino también a buscar y facilitar soluciones que eviten llegar al extremo terrible del aborto como una rápida solución a las profundas angustias en que se ven envueltas las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras.
Por tanto, de nuevo, repetimos el «¡Sí a la vida, esperanza ante la crisis! Y pedimos a la santísima Virgen María, Madre de la esperanza, que descorra el velo que cubre nuestros ojos ante la maravillosa realidad de la vida y nos ayude a construir la civilización del amor con el anuncio del evangelio de la familia y de vida.