A las ocho un poco de café y unos dulces ¡había mucha mañana por delante! Y había que tener fuerzas. Muchas caras conocidas, la alegría de encontrarte allí con muchos amigos. Nos dio mucha alegría saludar a nuestros queridos seminaristas, voluntarios de excepción. Realmente nos sentíamos una familia que se había reunido para celebrar una auténtica fiesta.
Y el protagonista de todo: un fraile capuchino que dejó una honda huella en muchos corazones, que como dijo el Santo Padre en el rezo del Ángelus: fue un “un canto a la humildad”.
Cuando Monseñor Amato leyó la carta en la que el Santo Padre lo declaraba beato, un aplauso resonó en los Llanos de Armilla, la emoción contenida durante tantas horas brotaba de cada corazón de los que allí estábamos, mientras se descubría el tapiz con la foto de Fray Leopoldo.
Bellas palabras del Prefecto para la Causa de los Santos hablando de Fray Leopoldo, que lo describió como un hombre que enseñó el camino de la justicia a través de su caridad, humildad y devoción mariana, un faro de Dios para los hombres”. Ver en el altar a Santa María de la Alhambra y al Cristo del Silencio, delante de los cuales tantas veces habría rezado Fray Leopoldo, nos llenaba de alegría y agradecimiento por pertenecer a esta gran familia, que como concluía el superior de los Capuchinos en Andalucía en ese deseo de que le llegaran al Santo Padre, nos emocionamos cuando rezamos, hacemos de nuestra oración canción, de nuestra fe alegría y gozo.
Nos unimos a las palabras de agradecimiento de D. Javier, nuestro Arzobispo, por Fray Leopoldo y le pedimos que nos acompañe en este empeño de construir juntos la Iglesia en familia, de formar juntos el Pueblo de Dios.