XII SEMANA DIOCESANA DE LA FAMILIA. MESA DE TESTIMONIOS.

Transcribimos algunos de los testimonios que se han compartido esta tarde en la Mesa Redonda de Testimonios en la Parroquia de San Juan de Ávila, dentro de la Semana de la Familia.

“La familia: lugar donde se ama, se cree, se espera”.

ALBERTO Y MARTA.
Somos Alberto y Concha, llevamos casados 22 años, pertenecemos a la Parroquia de la Virgen de las Nieves y no tenemos más mérito que vosotros para estar sentados en esta mesa que el de haber sido invitados a participar en ella para contar nuestra vivencia, y aquí estamos para dar nuestro testimonio.
Antes de empezar, queremos dar las gracias a Mario y a Inés, por  haber contado con nosotros al invitarnos a participar en esta mesa redonda.
Nos vais a permitir que empecemos nuestro turno de intervención leyendo un pasaje, que hace mención a la familia, de la exhortación apostólica del Papa Francisco Evangelii Gaudium:
La familia atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales. En el caso de la familia, la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros, y donde los padres transmiten la fe a sus hijos. El matrimonio tiende a ser visto como una mera forma de gratificación afectiva que puede constituirse de cualquier manera  y modificarse de acuerdo con la sensibilidad de cada uno. Pero el aporte indispensable del matrimonio a la sociedad supera el nivel de la emotividad y el de las necesidades circunstanciales de la pareja. Como enseñan los Obispos franceses, no procede “del sentimiento amoroso, efímero por definición, sino de la profundidad del compromiso asumido por los esposos que aceptan entrar en una unión de vida total”

Creemos que al contraer matrimonio comenzamos el vínculo familiar, en el compromiso adquirido hacia el otro, que al hacerlo delante del altar, en presencia de Dios, adquirimos también con Él un compromiso, pues no debemos olvidar que el matrimonio es uno de los sacramentos. Es dentro del matrimonio cuando empezamos a amar, a creer y a esperar. Después cuando el Señor nos regala con el don de la vida, con el nacimiento de los hijos, el amor se acrecienta en el seno de la familia, pues no hay amor más desinteresado que el de unos padres hacia sus hijos, a los que se les da todo sin esperar nada a cambio. Sin el germen del amor conyugal, el que se profesan los esposos mutuamente, el amor paterno-filial dentro de la familia deviene imposible.

Cuando bautizamos a nuestros hijos, adquirimos el compromiso de educarles en la fe cristiana, y es dentro de la familia donde se les enseña y aprenden a rezar, a orar, a amar y a sentirse amados, a compartir, a ser iguales a la vez que se es diferente, como diferentes somos cada uno de nosotros en nuestra individualidad, pero todos iguales ante los ojos de nuestro Señor, plenos en amor y dignidad. Así es como enseñamos a nuestros hijos a sentirse queridos, no solo por nosotros, sino también por su Padre Celestial. Desde pequeños íbamos con ellos a misa, en casa se hablaba de Jesús con naturalidad, sin aspavientos ni alharacas, como si fuera un miembro más de la familia, pues les enseñamos que Él siempre está con nosotros y nunca defrauda; a la hora de la cena, antes de bendecir la mesa, se leía el Evangelio del día y después, al acostarse, rezábamos con ellos sus oraciones. Y es así como han ido aprendiendo a creer, a tener fe, a tener esperanza.
Cuando hicieron su primera comunión nos incorporamos a un grupo católico, pues pensamos que teníamos que darles ejemplo con un compromiso algo más activo, y así lo percibieron ellos.

A nuestros hijos, al preguntarles por el título de esta mesa redonda, les pedimos que nos aportaran algo desde su punto de vista, nos han dicho que ellos se sienten queridos, que es dentro de la familia donde han aprendido los primeros valores que han de regir sus vidas, han aprendido a crecer por dentro, que tienen fe que les hace sentirse  vivos, que saben que siempre estaremos ahí y que lo esperan todo de nosotros. Y no nos referimos solo al aspecto material, sino en la entrega total y desinteresada fruto del amor que se profesa hacia los hijos.

Cambiando el ámbito de participación y pasando de la familia nuclear a la familia más amplia a la que pertenecemos, la Iglesia, familia viva en constante movimiento, pues creemos que somos peregrinos en esta vida, siempre en camino hacia la casa del Padre y en este peregrinaje vamos siempre acompañados por nuestros hermanos en Cristo, formando esa gran familia que es la Iglesia.
Hoy nuestros hijos son ya mayores, seguimos con las mismas pautas de comportamiento, seguimos leyendo el evangelio antes de bendecir la mesa, los domingos vamos a misa y nuestros hijos nos acompañan sin que les obliguemos a ello, solo les invitamos a que nos acompañen y así lo hacen. Las personas que los conocen nos dicen que son buena gente, que tienen un gran corazón. Ello nos llena de satisfacción y creemos que lo que sembramos en su día ha dado sus frutos.
Como ya hemos dicho, pertenecemos a la Parroquia de La Virgen de las Nieves y es aquí donde nos incorporamos plenamente a la comunidad parroquial, formamos parte del grupo de reflexión que se reúne todos los viernes después de la catequesis de confirmación, ahí todos juntos, jóvenes y no tan  jóvenes, compartimos nuestra fe  hablando del evangelio, del mensaje de Dios, y de su aplicación en nuestras vidas en el día a día; al terminar compartimos la cena e intercambiamos las vivencias que hemos tenido a lo largo de la semana. Aquí hemos aprendido a escuchar de otra manera, a ver con otros ojos a la luz del evangelio, a reflexionar con lo aportado por cada uno de nosotros, para después enriquecido por cada una de las experiencias, aplicarlo a nuestra vida cotidiana. Este grupo nos ha aportado mucho a nuestra formación como creyentes, a nuestro vivir dentro de la familia particular y nos ha hecho sentirnos miembros vivos de esta gran familia que es la Iglesia. Es un regalo que no se puede rechazar.

Además de nuestras reuniones de los viernes, también tenemos un grupo de teatro, que posiblemente alguno de vosotros conozcáis, nos  estamos refiriendo al GRUPO ARAL, de este grupo formamos parte gente de la parroquia, pero también hay hermanos nuestros de otras parroquias. Este grupo lo podíamos definir como una reunión de chalados, de locos por el amor al Señor, que nos juntamos para intentar llevar el mensaje del evangelio allí donde nos llaman. Además de realizar una buena obra, pues los beneficios de la venta de las entradas siempre van destinados a Cáritas, Manos Unidas, Proyecto Hombre o para el arreglo del techo de la parroquia de donde nos reclaman, pero eso es la excusa para nuestra razón de ser, pues como dice nuestro párroco, a la vez director del grupo, lo importante es lo que ponemos cada uno de nosotros para transmitir el mensaje de Dios. Pues bien, en este grupo estamos gente de lo más variopinta, desde la abuela de cerca de 80 años hasta la más pequeña de 3 años, familias enteras, hermanos y gente suelta, y todos tenemos nuestra parcela de responsabilidad dentro del grupo y a la vez nos sentimos responsables de todo en su conjunto; aquí nadie es profesional de la tarea que tiene encomendada, el músico no es músico, el actor no es actor, el técnico no es técnico, etc. Sin embargo la obra sale adelante, pues creemos que aquí está la mano del Señor que nos echa su cuarto a espadas y nos anima a seguir adelante con esta labor. Nos sentimos miembros de esta otra familia donde compartimos, amamos y aprendemos a crecer en la fe, teniendo siempre  presente que lo que nos une es el amor que compartimos hacia el Señor  y el amor que Él nos regala.

Esta es nuestra experiencia en trazo grueso, esperamos que os sirva de algo este testimonio y os animamos a seguir adelante, a seguir difundiendo la importancia que la familia tiene y a conseguir que se le dé el puesto que se merece dentro de esta sociedad y a seguir en este peregrinar hacia la casa del Padre.
Muchas gracias y que el Señor nos guarde.
En Granada, en la Parroquia de San Juan de Ávila, a 26 de marzo de 2014.


LOURDES Y LUIS
Somos Lourdes y Luis, vivimos en Churriana de la Vega, llevamos 22 casados. Tenemos 3 hijos  y estamos muy contentos de estar aquí porque creemos que las cosas no ocurren por casualidad, sino que Dios se vale de ciertos acontecimientos, inesperados muchas veces, para hacernos crecer.
 Nuestra vida familiar se asienta en la idea de que la relación matrimonial es la base de la familia. Con ello queremos decir que el amor de los conyuges es lo más importante y en lo que debemos centrar  la máxima atención. Mantener un  cuidado constante en el día a día, no descuidando los detalles de nuestra convivencia, mirando al otro  como un regalo de Dios, son aspectos  de especial importancia.
Tenemos  que tener en cuenta que  debemos tener elementos de referencia tan fuertes, que no  nos hagan perder de vista lo importante en nuestra vida. Para nosotros la fe en Dios siempre ha estado presente.
Desde la  decisión de casarnos en un momento determinado,  la actitud ante la enfermedad grave de nuestro primer hijo, la acogida del otro en momentos difíciles de la vida,  hasta  la aceptación de circunstancias en las que parece que uno ha sembrado para recoger muy poco sobre todo con los más cercanos, están marcados por esa especial confianza.
Pero esa fe en Dios se traduce en el amor incondicional que nos hace acoger las nuevas circunstancias de la vida con una apertura especial marcada por una idea básica: hágase según tu voluntad, Señor.

Así como una semilla necesita un clima apropiado para dar fruto, la fe necesita, también, unas condiciones benignas para su desarrollo, esto es, el ámbito familiar y la comunidad cristiana.
En referencia a la Comunidad cristiana, hemos  de decir que la pertenencia a alguna comunidad también nos ha ayudado para mantener y desarrollar la fe.  El enriquecimiento que genera estar  en Hogares Nuevos nos ha ayudado a que Cristo sea  más el centro y eje de nuestra vida, y adquiramos la ilusión y el conocimiento cierto de que el matrimonio es nuestra vocación y  nuestro camino de salvación.
En muchas ocasiones surgen problemas con la educación de los hijos en una sociedad consumista que avanza con unos criterios concretos.
Escuchar a los hijos es importante. Estar abiertos a lo que los  otros nos dicen, hacerles ver que ellos pueden aportar mucho  a la familia y que su palabra es importante. Cambiar el paradigma de yo te aporto y tú solo recibes por el de “tú también aportas e influyes en la familia, busca lo mejor para todos, eres valiosos por ser persona e hijo de Dios y a través de ti podemos conocernos mejor”. Todos somos motivo de agradecimiento y bendición.
Procuramos mantener la coherencia con nuestros principios y enseñarlos sobre todo con  nuestro ejemplo. Es importante ser coherentes consigo mismo. Es una actitud de respeto hacia sí mismo y hacia los demás.
La oración matrimonial, en la que los dos nos expresamos juntos, ha sido importante  porque  es una oportunidad para sincerarnos con Dios,  lo que nos lleva a la sinceridad del uno para  con el otro, acogernos en aquello que nos resulta más difícil expresar.
Hemos comprobado también la importancia de la lectura de la Palabra y  de la oración en familia en la que cada uno se muestra tal y como es, sin más pretensiones, lo que ha sido muy enriquecedor para todos y gran alimento espiritual.
Es verdad, que en muchas ocasiones resulta difícil, pero hay que tener en cuenta que tenemos que aceptarnos tal y como somos e integrar la idea de que Dios nos quiere por encima de todo.
Puede que a  veces hayamos caído en una comparación, más consciente o inconsciente, con un ideal que nos hacíamos y que ello provocó ciertas frustraciones, pero estamos aprendiendo a respetar las individualidad, no hacer juicios y sobre todo poner todos los medios para que el ánimo y la alegría nos lleven a actitudes más constructivas.

También hemos visto la importancia de la paciencia, de la espera  atenta. El impacientarse muchas veces no hace más que obstruir relaciones y cercenar una motivación más profunda. En nuestra familia hemos visto también que las actitudes de los demás nos hablan de cómo es uno mismo. Las acciones y comportamientos de los otros que  nos molestan han podido servir para darnos cuenta de cosas que tenemos que cambiar y que los problemas no estaban fuera sino dentro de uno mismo.
Hemos tenido que cuidar de no dejarnos arrastrar por esas corrientes que nos llevan a la competitividad constante, a la extenuante anticipación, al miedo a un futuro sin posibilidades. La riqueza verdadera viene de Dios y en Él ponemos nuestra confianza.
Nuestro agradecimiento a todas las personas y acontecimientos que han estado presentes en nuestra vida. Todo es para bien, aunque al principio la inmediatez del momento no nos quiera desvelar su más amoroso secreto.
Lourdes y Luis.

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